Ya ves, querida.

Querida yo de hace tres años:

Te escribo para decirte que te equivocabas, el mundo no se acaba porque hayas perdido una pierna. Sí, es cierto que la vida es más difícil, pero no por ello menos bella. 

He elegido este día porque hoy hace exactamente tres años desde el fatídico accidente en el que una anciana de otro coche murió y tú (nosotras) te quedaste con ese recordatorio eterno y poco agradable de lo que sucedió. No hay ni un solo día que no recuerde el accidente y que no piense en el conductor del camión que nos arrolló. Dijeron que se encontraba bajo el efecto de las drogas, ¿sabes? A día de hoy sigo sin entender como alguien que se dedica a la conducción profesional o que simplemente se encuentra en la situación de tener que conducir, se droga. Heroína llevaba el "amigo" metida en vena, ni más ni menos. 

Pero no escribo esta carta para resucitar viejos rencores y miedos que, en realidad, sé que nunca voy a conseguir enterrar. Te escribo esta carta para que dejes de culparte, para que entiendas que una pierna no es la vida y que no podías hacer absolutamente nada para cambiar lo sucedido. Esa posibilidad no estaba en tus manos, en todo caso estaba en las del camionero. 

Recuerdo la sensación de inutilidad que sentiste (sentimos) intentando salir del coche para ayudar a la señora Romina, que así se llamaba la mujer tristemente fallecida, como gritabas suplicando ayuda. Recuerdo la cara del camionero que bajó tambaleándose del camión. Recuerdo también la cara de la persona que nos ayudó, como intentó parar la hemorragia que me (nos) estaba seccionando no solo la pierna, sino también la vida. Como se lanzó a ayudar a la buena señora importándole poco que el coche comenzase a arder. Quiso sacarla, pero era demasiado tarde. El coche explotó en el mismo momento en el que los bomberos apartaban a aquel muchacho que se retorcía en el amarre con la única intención de ayudar. Siempre he pensado que aquel chico era un ángel, aunque los ángeles no son soeces y este le escupió en la cara al camionero cuando pasó por su lado.

 Fue ese ángel llamado Martín el que me robó las primeras sonrisas en el hospital. Fue también ese ángel el que me animó a levantarme de la cama, a caminar de nuevo. Fue ese ángel el que ejerció de bastón durante mi periodo de iniciación. Es ese ángel el que ahora vela mi sueño cada noche. A Martín le debo la vida en más de un sentido. No solo me salvó aquella tarde en la carretera, sino que me salva cada día en el que mi sonrisa se vuelve pesada y decide no salir. Me salva en cada mal pensamiento, me salva del camionero que me persigue en pesadillas. Me salva ante la tristeza. Me recuerda cada día que una pierna no es la vida, que podría ser peor y que me queda mucho camino por andar aunque tenga que hacerlo a la pata coja. 

Ya ves, querida. La vida sigue siendo hermosa. 

Con cariño, 
Tu yo del futuro.


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