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Mostrando entradas de octubre, 2017

Amor a la primera calada.

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Evasión. Un viaje más. Solo uno más. Tenía dieciséis años cuando mis amigos me presentaron a María y fue amor a la primera calada. Con ella mis problemas desaparecían, se hacían pequeños e irrisorios.  Pocos meses después me vi sumido en problemas por culpa no solo de María, sino también de Ginebra, la cual me calentaba en invierno como ninguna otra. Con dieciocho, conocí a Coca y las cosas se empezaron a poner intensas. Ginebra era demasiado absorbente, pero sumamente adictiva, ya no concebía mi vida sin ella. María, por su parte, me mantenía en una nube (de humo) de la que me costaba mucho bajar, tanto que nunca lo hacía. Coca… Coca me descubrió un mundo nuevo. Viajar con ella era el mejor de los orgasmos.  Hasta que un día no desperté en mi cama, sino en la habitación de un hospital conectado a tubos extraños. María no estaba, ni tampoco Ginebra y la sola mención de Coca causaba una mueca horrorizada en las caras de los individuos de bata blanca que me rodeaban. Las echab

Castillo de naipes.

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Agua y aceite. Norte y sur. Este y oeste. Completamente diferentes, pero atraídos por el mismo imán. Tú, su alma afín, su segundo yo, una copia de sus gustos. Yo, su lado oculto de la luna, la curiosidad que mató al gato, el miedo a lo desconocido. Le diste la oportunidad de tenerlo todo sin renunciar a nada. Yo le ofrecí arriesgarlo todo por algo que podría quedarse en nada.  No me sorprende que la costumbre haya ganado al riesgo, no hay muchos valientes. Lo que me sorprende es la decepción que ahora siento. Tal vez, simplemente, tú hayas acabado con su magnetismo. Así, sin más. Porque era tan endeble como un castillo de naipes. 

Galicia non arde, a Galicia quéimana

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Hoy Galicia amaneció cubierta de niebla. Y nos creeríamos, tal vez, que era solo niebla si no fuese por el olor a ceniza, desesperación y muerte. Nuestros montes, nuestra fauna y, en definitiva, nuestros hogares han sido devorados por las llamas. Fuego provocado intencionadamente. Terrorismo forestal imperdonable. Hoy Galicia llora, porque no hay nada que le duela más a un gallego que ver su tierra destruida. El verde se convirtió en naranja, el olor de la naturaleza más salvaje y bella fue sustituido por el humo que todavía encharca nuestros pulmones. Polvo y ceniza. Miles de hectáreas calcinadas, animales muertos o despojados de su hábitat, familias que veían sin poder hacer absolutamente nada como sus hogares desaparecían. Vidas perdidas. Hoy Galicia llora y cruza los dedos porque esa lluvia que tanto caracteriza nuestro clima cubra por completo todo el territorio. Y, sobre todo, hoy Galicia llora porque ayer no pudo hacerlo. Durante este fin de semana el pueblo gallego

Tequila.

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Una canción y dos tequilas.   El alcohol comienza a hacer efecto, tu recuerdo se difumina. Unos pies taconean cerca, acompañados por el contoneo de unas caderas.  Te vuelvo a ver nítida.  Dos canciones, tres tequilas.    La dueña de las seductoras caderas se acerca segura de sí misma. Es morena, ¿por qué tiene que ser morena?  Tres canciones, cuatro tequilas. Se llama Emilia, eso lo capto, pero empiezo a estar mareado. Me hace un gesto y la sigo a la pista de baile. Se acerca, bailamos. Lleva tu mismo perfume. Vuelvo a la barra.  Cuatro canciones, cinco tequilas.   Decido ser valiente y vuelvo con Emilia. Ella me mira, pero yo no la veo a ella. Necesito otro tequila.  Cinco canciones, seis tequilas.   Emilia me besa, segura y decidida. Yo la beso, confundido y culpable.  Muchas canciones, demasiados tequilas.   Despierto en casa de Emilia. La cama desecha, una lámpara rota, ropa en el suelo, hedor a alcohol. Ella se mueve, la cama cruje y mi

Meteorito.

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La luz del ocaso se filtraba por las rendijas de la ventana. Candela contaba con suma impaciencia los segundos que faltaban para que anocheciera por completo. Mientras tanto, Paulo se afilaba las uñas contra una columna de hormigón colocada al otro lado de la oscura estancia. En eso los había convertido el meteorito, en monstruos clandestinos obligados a sobrevivir en la noche mientras el mundo humano solo giraba de día.  Cuando todo en el exterior se tornó en oscuridad, Paulo saltó por encima de Candela, haciendo añicos la ventana. Ella lo vio partir regalando un grito a la luna a modo de llamada para las demás criaturas nocturnas. Con una sonrisa triste siguió a su hermano en la penumbra, abrazando su salvaje condición, mimetizándose con la oscuridad de la noche. 

Y ahora estoy despierto.

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Atravesé los cinco continentes. Mi miedo a volar se convirtió en mi asiduo compañero de viaje. Pasé más tiempo rodeado de desconocidos que de mi familia. Aprendí tres idiomas y casi olvido aquel con el que crecí. La añoranza de mi tierra era una de las tantas cicatrices que adornaban mi alma. Perseguí tus sueños como si fuesen míos. Corrí tan rápido que ahora me tiemblan las piernas. Me relacioné con gente que aborrecía, me reí de sus chistes y brindé en su honor simplemente porque a ti te hacía feliz su compañía. Sacrifiqué mis deseos y desterré a mis amigos. Medio olvidé a mi familia y abandoné mis sueños. ¿Y sabes por qué? Porque tú te convertiste en mi sueño.  Y ahora estoy despierto. 

Constelaciones.

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Tengo una pequeña colección de estrellitas en una vitrina. Como si de una constelación privada de hermosos astros se tratara. Solo brillando para mí, solo mías. Algunas son blancas como la leche, otras rosadas, otras del delicioso color del chocolate. Todas distintas y, a la vez, todas iguales; representando la vida y la muerte en cada uno de sus extremos puntiagudos. La vida arrancada de la piel de sus dueñas que en muy mala ocasión decidieron tatuarse una estrella. La muerte, que sucede a la obtención de mi tan preciado premio, obtenido a base de sangre y miedo.